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El papel del educador en los centros de menores

Todo educador debe ser capaz de reconocer desde su punto de partida, las realidades a las que se exponen los centros de menores. Para ello, se hace necesario:
  • Estudiar el funcionamiento como estructura de la organización.
  • Aceptar y reconocer al resto del equipo multidisciplinar del centro, entendiendo a todos y cada uno de los miembros como una parte necesaria del equipo.
  • Conocer el colectivo sobre el que nos disponemos a trabajar.
Este tercer punto requiere de un especial interés si queremos alcanzar con éxito nuestros cometidos. Sin ánimo de pretender relacionar nuestra labor como educadores con otras actividades profesionales, cierto es que nadie se adentraría en el mundo laboral en un sector que le fuera desconocido o en el que se tuviese la plena convicción de que como profesional  va a fracasar. Ciertamente es esta una máxima que, por lo general, no suscita réplica alguna.
 
Conocer el colectivo del menor residente comienza por ser capaces de cuestionarse dos preguntas fundamentales, con el objetivo de hallar las respuestas que nos conducirán hacia el logro de metas:
 
– ¿Qué ocurre antes del internamiento para que un menor acabe residiendo temporalmente en un centro?
– ¿Qué puede suceder una vez el menor abandona dicho centro?
 
Es este un buen punto de partida para abordar el papel que tiene el educador en los centros de menores, pues en ese intervalo de tiempo, entre la primera y la segunda cuestión, se concentra la mayor parte de las acciones de intervención del profesional. Nos encontramos pues, y con total seguridad, frente a la figura más importante de la organización, y por ello debemos darle el peso (en importancia) que realmente merece.
 
Son muchas las funciones a desempeñar por el educador: mediación, coordinación, integración… Sin embargo, me gustaría incidir en aquellas en las que, en numerosas ocasiones, pasan desapercibidas o se actúa de forma inconsciente.
 
Retomando mi propia experiencia personal, la función familiar me parece (desde mi humilde opinión) la gran olvidada. Y es que, efectivamente, y sin intención de suplantar a las familias, un educador acaba siendo visto por el menor como un miembro más de su propia familia. Es por ello, por lo que debemos ser plenamente conscientes de la importancia de nuestras acciones para con los menores, pues dentro de la tendencia de estos, por imitar las conductas de los sujetos de referencia nos encontramos con un trasfondo mucho más importante: la creación de la propia identidad del individuo.
 
La importancia de la formación permanente
Independientemente de la capacitación que nos otorga un título académico o de la experiencia adquirida con los años de trabajo, lo cierto es que cuando nos desarrollamos profesionalmente dentro del campo social, se hace necesaria la formación continuada como herramienta de base para seguir avanzando en nuestra gran labor.
 
Carecería de sentido afirmar, por un lado, que la sociedad está cambiando continuamente (multiculturalidad y hetereogeidad) y no querer aceptar, por otro, la importancia de continuar con nuestro propio proceso de aprendizaje individual durante toda nuestra vida laboral, que nos capacite para abordar con éxito, la cantidad de situaciones nuevas y cambiantes a las que nos enfrentamos en nuestro día a día desde los centros de menores. Todo ello, sin olvidar las ventajas que la formación nos ofrece y que son de sobra conocidas: Permite afrontar la toma de decisiones y la solución de problemas, eleva el nivel de satisfacción en nuestro puesto de trabajo, actualización de conocimientos o promoción interna, entre otras…
 
Reconocer la importancia de continuar aprendiendo es gran un ejercicio de responsabilidad para con los menores.
 
Óscar Atencia Micó
Licenciado en Pedagogía
Formador y Director del Instituto Valenciano de Altas Capacidades
 
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